Por Eduardo De Los Ríos|
Hace más o menos un mes tuve la fantástica oportunidad de
trabajar en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), dentro
del área de información. Mi tarea consistía básicamente en orientar a los
pasajeros en cualquier cuestión que necesitarán como “¿Dónde está el baño? ¿Dónde
sale mi vuelo? ¿Dónde esta migración?”, etcétera.
Por obvias razones tuve que aprenderme de memoria todas
las áreas y servicios del aeropuerto en sus dos terminales, al grado de
convertirme en una enciclopedia andante sobre el tema.
Llegaba yo a las 6:30 de
la mañana para poder empezar a atender pasajeros a las 7 am y salir a las 3pm
para descansar y comenzar un nuevo día de trabajo.
Todos los días recibía mi rol de posiciones y cambiaba
constantemente de lugar para ayudar a
quien lo necesitará. Estaba todo el día parado y solo en i hora de desayuno me podía
sentar. Pero a pesar de lo pesado que pudiese ser el trabajo; todos los días
eran una aventura diferente y siempre se aprendía algo nuevo.
Mientras estuve en el aeropuerto me di cuenta de lo mágico
y extraño que puede llegar a ser este lugar. Ya que por un lado es la puerta
del mundo hacia México, por la cual miles de turistas llegan a conocer nuestro
bello país. También es un lugar donde todas las naciones del mundo comparten un
vínculo especial, ya que conviven en un solo sitio gente de diversas razas,
credos y formas de pensar.
Lo que siempre me llevaba a preguntarme ¿a dónde van? ¿Con
quién llegaran? ¿Por qué viajan? ¿Por qué visitar México? ¿Quiénes son? ¿De dónde
son? ¿Podríamos haber sido amigos de nunca haber nos cruzado en el aeropuerto?
Estas preguntas muchas veces se contestaban en cuanto las personas nos
preguntaban por algún servicio o lugar.
El aeropuerto tiene una extraña mezcla de ser un punto
tanto de comercio, transporte, diversión, risas, a veces lagrimas (en especial
en las despedidas) y un movimiento que uno no da crédito que exista en un lugar
como ese. Ya que hay tantas cosas que cuando somos usuarios comunes o pasajeros,
no nos damos cuenta que son vitales para que funcione y ni nos imaginamos que
cientos de personas trabajan para mantener andando aviones, gente y mercancías durante
los 365 días del año y las 24 horas del día.
Es un sitio con historia y anécdotas que se cuentan cada
día, desde momentos chuscos, dramas dignos de un capítulo de la Rosa de
Guadalupe, situaciones emocionantes y emotivas.
El último abrazó antes de entrar a las puertas de
abordaje de un padre a sus hijos, la alegría
de ver al abuelo que vino desde lejos a ver a sus nietos, la aventura de los
amigos paseando en un país ajeno, las parejas que por fin se reúne a pesar de
la distancia y la emoción de reconocer a un artista o deportista famoso y preguntarle “¿Me puedo tomar una foto
contigo?”.
Desde su construcción el Aeropuerto Internacional de la
Ciudad de México, ha sido un lugar de gran importancia en la ciudad y el país.
Ha visto nacer y caer a numerosas aerolíneas; millones de personas han pasados
por sus pasillos en décadas de historia, además es el lugar perfecto en donde
nos damos cuenta de la calidez mexicana, ya que siempre buscamos como hacerle
agradable la estancia a quienes visitan México, ya sean paisanos o extranjeros.
Por ello los invito
a que cuando anden de paso por el aeropuerto se fijen en todo lo que ya
les he mencionado y verán que es impresionante en cómo funciona un lugar tan mágico
como el aeropuerto. Yo que trabajé ahí por un breve suspiro, me enamoré de este lugar, aprendí muchísimo y conocí gente maravillosa y espero alguna volver ya sea como empleado o quizás próximamente como pasajero.
Fotos: Tomadas de google.com
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